Cuando los buenos son tontos

UNO DE los rasgos que nos caracterizan a los españoles es la fascinación por los malvados. Me resulta difícil encontrar una explicación convincente, pero en nuestro país siempre han tenido más predicamento los malos que los buenos. No hay más que asomarse a los medios para constatar la atención que suscitan personajes como Bárcenas, Urdangarin, Blesa, Correa, El Bigotes, Díaz Ferrán, Ruiz Mateos y una pléyade personajes con problemas con la Justicia.

Yo no me imagino que sea posible en otro lugar que la salida de la cárcel de un ex banquero atraiga a televisiones y decenas de fotógrafos como si fuera la final entre España y Brasil. O que una gran cadena dedique un programa de cuatro horas a Mario Conde, cuyo gran mérito fue dejar un agujero de 600.000 millones de pesetas en Banesto.

En cambio, no he visto jamás que esos medios presten más de un minuto a los españoles que se dejan la piel por los demás o que han creado algo útil para la sociedad. Eso nos parece aburrido e insustancial porque la virtud es siempre menos interesante que el vicio. El otro día vi en la tele a dos presos que salían de la cárcel de Soto y decían que Bárcenas es un tipo de «puta madre» mientras que los políticos son unos sinvergüenzas. Aunque esos dos delincuentes no son representativos, su actitud revela la admiración que suscita el ingenio de quien se ha podido enriquecer afanando lo que no es suyo.

No hay más que mirar al refranero para darse cuenta de que en el país de la picaresca las malas artes son mucho mejor consideradas que la generosidad, la honradez o la nobleza, que se identifican con la estupidez.

Yo creo que a los españoles nos va tan mal porque tenemos una escala de valores muy deformada. Elevamos a los altares a perfectos sinvergüenzas y charlatanes y menospreciamos el trabajo a largo plazo y la cultura del esfuerzo. Nos da igual lo que cada uno haya hecho siempre que guarde las apariencias o sea simpático.

No sé si es porque somos un pueblo demasiado viejo y cínico, pero aquí todo lo que suena a excelencia lo recibimos con escepticismo mientras que nos descubrimos ante el burlador de la ley o el vivo que monta un negocio para no pagar impuestos.

Acabo ya estas reflexiones de moralista que también a mí me hastían. Querido lector, no soporto este país, empiezo a sentirme como un marciano, aunque seguramente se debe a que ya tengo 58 años. Demasiado tarde para emigrar.